VIDA, AMOR, UNIDAD FORMAN UNA SOLA REALIDAD
Del santo evangelio según
san Juan 13, 31-33a. 34-35
Cuando salió Judas del
cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es
glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en
sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco
de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre
vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que
os amáis unos a otros».
El evangelio de hoy también está sacado de un discurso de Jesús en el evangelio de Jn; el último y más largo, después del lavatorio de los pies. Es un discurso que abarca cinco capítulos, y es una verdadera catequesis a la comunidad, que trata de resumir las más originales enseñanzas de Jesús. Como ya he repetido muchas veces, no se trata de un discurso de Jesús, sino de una cristología elaborada por aquella comunidad a través de muchos años de experiencia y convivencia cristianas. En el momento de la cena, los discípulos no hubieran entendido nada de todo lo que el discurso dice.
El mandamiento del amor sigue siendo tan nuevo que está aun sin estrenar. No se trata solo de algo muy importante; se trata de lo esencial. Sin amor, no hay cristiano. Nietzsche llegó a decir: "solo hubo un cristiano, y ese murió en la cruz"; precisamente porque nadie ha sido capaz de amar como él amó. Como decíamos el domingo pasado, solo el que hace suya la Vida de Dios, será capaz de desplegarla en sus relaciones con los demás. La manifestación de esa Vida, es el amor efectivo a todos los seres humanos.
La pregunta que me tengo que hacer hoy es ésta: ¿Amo de verdad a los demás? ¿Es el amor mi distintivo como cristianos? No se trata de un amor teórico, sino del servicio concreto a todo aquel que me necesita. La última frase de la lectura de hoy se acerca más a la realidad si la formulamos al revés: La señal, por la que reconocerán que no sois discípulos míos, será que no os amáis los unos a los otros. Hemos insistido demasiado en lo accidental: el cumplimiento de normas, en la creencia en unas verdades y en la celebración de unos ritos; más que en lo esencial que es el amor.
Seguimos cometiendo el error de presentar el amor como un precepto. Así enfocado, no puede funcionar. Amar es un acto de la voluntad, cuyo único objeto es el bien conocido. Esto es muy importante, porque si no descubro la razón de bien, la voluntad no puede ser movida desde dentro. Si me limito a cumplir un mandamiento, no tengo necesidad de descubrir la razón de bien en lo mandado, sino solo obedecer al que lo mandó. Aquí está el error. El que una cosa esté mandada, no me tiene que llevar a mí a cumplirla, sino a descubrir por qué está mandada; me tiene que llevar a ver en ella, la razón de bien. Si no doy este paso, será para mí una programación sin consecuencias en mi vida real.
Ahora es glorificado el Hijo de hombre y Dios es Glorificado en él. Jesús ha lavado los pies a los discípulos y la muerte de Jesús está decidida. ¿Dónde está la gloria? Allí donde se manifiesta el amor. Ese amor manifestado, es a la vez, la gloria de Dios y la gloria de Jesús. En el griego profano “doxa” significaba simplemente opinión, fama. El “kabod” hebreo que traducen por doxa los LXX, significaba por una parte, la trascendencia y la santidad (majestad) de Dios que el hombre debe reconocer. Por otro, la manifestación de ese ser de Dios en acciones portentosas. Juan mantiene el sentido de “gloria” de Dios, que también atribuye al Hijo. Jesús en todas sus obras, manifiesta la “doxa” de Dios.
Lo original de Juan es que esa gloria no se manifiesta solo en los actos espectaculares de poder, sino en los que expresan sin ambigüedades el Amor-Dios. La gloria de Dios es el Amor manifestado. No se trata pues, de fama y honor. Tampoco se trata de conceder majestad, esplendor o poder. La gloria de la que habla Jn no es una concesión externa; está en la misma esencia de la persona. Morir por los demás es la mayor gloria, porque es la mayor manifestación posible de amor. La gloria de Jesús no es consecuencia de su muerte, es la misma muerte por amor. Ni Dios ni Jesús después de morir, pueden recibir otra clase de gloria. La única gloria que podemos dar a Dios es amar como Él ama.
Les llama “Hijitos” (teknia) diminutivo de (tekna). En castellano el cariño se expresa mejor con el posesivo “hijitos míos”. Esta expresión está justificada porque se trata de un momento íntimo y emocionante. Les anuncia su próxima muerte, por eso lo que sigue tiene carácter de testamento. Lo que Jesús pide a los suyos es un amor incondicional y a todos sin excepción. Todas las normas, todas las leyes tienen que orientarse a ese fin.
Un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado. El “igual que yo” no es solo comparativo, sino originante. Quiere decir que debéis amaros porque yo os he amado, y tanto como yo os he amado. El Amor-Dios no se puede ver, pero se manifiesta en las obras. Es la seña de identidad del cristiano. Es el mandamiento nuevo, opuesto al mandamiento antiguo, la Ley. Queda establecida la diferencia entre las dos Alianzas. La antigua basada en una relación jurídica de toma y da acá. En la nueva, lo único que importa es la actitud de servicio a los demás. No se trata de una ley, sino de una respuesta personal a lo que Dios es en nosotros. “Un amor que responde a su amor”.
Jesús no propone como primer mandamiento el amar a Dios, ni el amor a él mismo. No dice: Amadme como yo os he amado. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni él necesita nada de nosotros, ni nosotros le podemos dar nada (ni siquiera gloria). Dios es puro don, amor total. Se trata de descubrir en nosotros ese don incondicional de Dios, que a través nuestro debe llegar a todos. El amor a Dios sin entrega a los demás es pura farsa. El amor a los demás por Dios y no por ellos mismo, es una trampa que manifiesta nuestro egoísmo. El amar para que Dios me lo pague, no es más que una programación calculada. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación al hombre.
Jesús se presenta como “el hijo de Hombre” (modelo de ser humano). Es la cumbre de las posibilidades humanas. Amar es la única manera de ser plenamente hombre. Él ha desarrollado hasta el límite la capacidad de amar, hasta amar como Dios ama. Jesús no propone un principio teórico, y después dice que vamos a cumplirlo todos. Jesús comienza por vivir el amor y después dice: ¡imitadme! El que le dé su adhesión quedará capacitado para ser hijo, para actuar como el Padre, para amar como Dios ama.
En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os améis unos a otros. El amor que pide Jesús tiene que manifestarse en la vida, en todos y cada uno de los aspectos de la existencia. La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ni ritos, ni normas. El único distintivo debe ser el amor manifestado en nuestras acciones. La base y fundamento de la nueva comunidad será la vivencia, no la programación. Jesús no funda un club cuyos miembros tienen que ajustarse a unos estatutos, sino una comunidad que experimenta a Dios como Padre y cada miembro lo imita, haciéndose hijo y hermano.
“Que os améis unos a otros”, se ha entendido a veces como un amor a los nuestros. Algunas formulaciones del NT pueden dar pie a esta interpretación. No, desde cada comunidad cristiana, el amor tiene que llegar a todos. No se trata de amar a los que son amables (dignos de ser amados), sino de estar al servicio de todos como si fueran yo mismo. Si dejo de amar a una sola persona, mi amor evangélico es cero. No se trata de un amor humano más. Se trata de entrar en la dinámica del amor-Dios. Esto es imposible, si primero no experimentamos ese AMOR. ¡Ojo! esta verdad es demoledora.
Después de todo lo comentado en esta pascua, podemos hacer un resumen. La Vida, que se manifestó en Jesús, es el mismo Dios-Vida que se le había entregado absolutamente. Ese Dios-Vida, que es, también se da a cada uno de nosotros, nos lleva a la unidad con Él, con Jesús y con todos los hombres. Esa identificación absoluta, que se puede vivir, pero que no se puede ver, se manifiesta en la entrega y la preocupación por los demás, es decir, en el amor. El amor evangélico, no es más que la manifestación de la unidad vivida.
Meditación-contemplación
“Como el Padre me ha amado, así os he
amado yo.”
El amor es la única respuesta posible al Amor, que es Dios.
Como ser humano, Jesús experimentó ese AMOR.
Toda su vida es consecuencia (manifestación) de esta vivencia personal.
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También para nosotros es ese el único
camino.
Sin esa experiencia de que Dios es AMOR en mí,
el mensaje evangélico se quedará fuera de mi propio ser
y aceptado solo intelectualmente y como programación.
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El amor que me pide Jesús, no es algo
que pueda tener su origen en mí.
Yo sólo puedo ser espejo que refleje lo que Dios es.
No se me exige simpatía o amistad hacia todos.
No se trata de un amor humano, sino del “ágape” divino.
EN JESÚS PODEMOS ENCONTRAR AL DIOS-VIDA
Del Evangelio según
san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también
en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho,
porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré
y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde
yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice: «Señor, no
sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy
el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me
conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo
habéis visto».
Felipe le dice: «Señor,
muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica: «Hace
tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí
ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo
estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta
propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo
estoy en el Padre, y el Padre en mi. Si no, creed a las obras. En verdad, en
verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún
mayores, porque yo me voy al Padre».
El contexto de este evangelio es el discurso de despedida después de la cena en el evangelio de Jn. En el capítulo 13 el centro es Jesús. Termina con la despedida, diciendo: a donde yo voy vosotros no podéis venir. En este capítulo 14 el centro es el Padre. El ambiente es de profunda inquietud y zozobra. La traición de Judas, el anuncio de la negación de Pedro, el anuncio de la partida. Todo es terriblemente inquietante. Está justificada la repetida invitación a la confianza. La clave del mensaje en este capítulo es la relación de Jesús y la de cada uno de sus discípulos con el Padre.
Aunque Jn pone en boca de Jesús todo el discurso, en realidad se trata de reflexiones de la comunidad a través de muchos años de vivencia cristiana. Lo que se propone como futuro es ya presente para el que escribe y para aquella comunidad para la que se escribe. Pero este presente deja entrever un nuevo futuro que el Espíritu irá realizando. Se percibe la dificultad que tiene la comunidad de expresar su experiencia. Esta vivencia pascual está anclada en la presencia viva de Jesús, del Espíritu y del Padre. Los tres forman parte de una Realidad que les acompaña y les transforma.
Creed en Dios y creed también en mí. “Pisteuete eis”, no significa creer, en el sentido que damos hoy a esa palabra. Sería “creer” en sentido bíblico, es decir, poned vuestra confianza en… Jn utiliza esta construcción 30 veces, aplicada a Jesús. Solo en 12,44 y aquí pone como término a Dios, indicando claramente la identidad de ambas adhesiones. La confianza en Jesús y la confianza en Dios son la misma realidad. Si buscan a Dios, están en el buen camino, porque están con él. No tienen nada que temer porque Jesús les acercará al Padre con el que está identificado.
En el hogar de mi Padre hay muchas estancias. Jesús va al Padre para procurarles un tipo de relación con Dios, similar a la suya. No hay diferencia entre unas moradas y otras. No se trata de un lugar, sino del ámbito del amor de Dios. En el corazón de Dios, todos tienen cabida. También podía traducirse: en la familia de Dios hay sitio para todos. Todos los seres humanos están llamados a formar parte de la familia del mismo Dios. Jesús está en el seno del Padre y todos pueden sentirse allí.
Todo el lenguaje es mítico-simbólico. Me voy, me quedo, vuelvo, no se puede entender literalmente. Esta teología es clave para entender la marcha de Jesús y a la vez, su permanencia. Aunque la formulación es mítica, el mensaje sigue siendo válido. Hoy tendríamos que decir que la meta de todo está en Dios. Esa identificación con Dios es la que tenemos que descubrir y vivirla ya aquí. En Jesús, Dios ha manifestado su proyecto para el hombre, que se tiene que realizar en cada uno.
Yo soy Camino. Yo soy Verdad. Yo soy Vida. Sin artículo ni determinado ni indeterminado, porque lo que se quiere decir que está más allá de ambos. Se trata del texto más profundo de todo el evangelio. Camino, Verdad, Vida hacen referencia al Padre. No se pueden separar los conceptos. La Realidad a la que se refieren está más allá de tiempo y espacio. Se han dado infinidad de interpretaciones desde los primeros padres y siguen hoy los exégetas intentando desentrañar el significado del texto.
Jesús es Camino, que empieza y termina en Dios. En medio está Jesús, pero no significa espacio ninguno. Desde Dios hasta Dios no puede haber ningún trecho. Jesús es, como todo ser humano, un proyecto ya realizado, porque recorrió el camino que le llevó a la plenitud humana. Ese camino es el amor total que abarca toda su vida. Los que le siguen deben recorrer también ese camino, es decir, ir de Dios que es su origen hasta Dios que es la meta. En el AT el camino era la Ley. Jesús la sustituye por su persona.
Yo soy verdad, es decir soy lo que tengo que ser. No se trata de la verdad lógica sino de la verdad ontológica que hace referencia al ser. Jesús es auténtico, hace presente a Dios, que es su verdadero ser. Es lo que tiene que ser. Lo contrario sería ser falso. “Yo soy” es el nombre que se dio a sí mismo Dios en la zarza. Jn repite hasta la saciedad el “yo soy”. El complemento puede ser cualquiera: puerta, pastor, camino, vida, verdad, vid. Si descubro y vivo que Dios está identificado conmigo, ya lo soy todo.
Yo soy Vida, es decir, lo esencial de mi ser está en la energía (Dios) que hace que sea lo que soy. Recordad: "El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me coma, vivirá por mí." Está hablando de la misma Vida que es Dios, que se le ha comunicado a él y que se nos comunica a nosotros. De la misma manera que no podemos encontrar la vida biológica independientemente de un ser que la posea, así no podemos encontrarnos con un Dios ahí fuera separado de un ser que lo manifieste.
Nadie va al Padre sino por mí. También se podía decir: a nadie viene el Padre si no es por mí. En c. 6 había dicho: “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae”. Las dos ideas se complementan. Para el que nace del Espíritu, el Padre no es alguien lejano ni en espacio ni en tiempo, su presencia es inmediata. Hacerse hijo es hacer presente al Padre. La identificación con Jesús, hace al discípulo participar de la misma Vida-Dios. Ni el Padre tiene que venir de ninguna parte ni nosotros que ir. Él está ya en nosotros.
“Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre”. Una vez más se refleja el “ya, pero todavía no” de la primera comunidad. El seguimiento de Jesús es un dinamismo constante. No se trata de progresar en el conocimiento, sino en la comunión por amor. El conocimiento vivencial de Jesús, hará que el Padre se manifieste en el discípulo. Lo que pide Felipe es una teofanía como las narradas en el AT. Piensa que Jesús es un representante de Dios, no la presencia misma de Dios.
¿Cómo dices tú, muéstranos al Padre? Esta queja es una clara reflexión pascual. En su vida pública, sus seguidores no entendieron ni jota de lo que era Jesús. Felipe sigue separando a Dios del hombre. No ha descubierto el alcance del amor-Dios ni su proyecto sobre el hombre. No se han enterado de que Dios sólo es visible en el hombre. Desde esta perspectiva, Jesús podía decir: quien me ve a mí, ve a mi Padre. Y: si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre porque el Padre es más que yo. Seguimos cayendo en la trampa de querer ver a Dios de manera rotunda y segura.
“Las exigencias que os propongo no lo hablo por cuenta propia”. “Remata” no significa dicho o palabra sino propuesta, exigencia realizada y manifestada a través de la vida. Fíjate que a continuación habla de obras: “el Padre que permanece en mí, él mismo hace las obras”. Y a continuación: “si no me creéis a mí, creed a las obras”. Las obras son la manifestación de que Dios está en Jesús. El Padre ejerce su actividad creadora a través de Jesús. Él, a partir de su propia experiencia, propone las “exigencias” que Dios le pide a él. Jesús, a través de sus obras, realiza el designio creador.
Meditación
Jesús descubrió el camino que le
llevo a su Centro.
Ese Centro fue su Verdad y allí encontró la Vida,
la misma VIDA de Dios que se le comunica.
Tengo que encontrar mi propio camino,
que me llevará también al mismo Centro.
En él encontraré mi Verdad, que me dará la misma Vida.